13.9.07

KASHMIRI KID, SRINAGAR




Els xiquets de Bombay


JORDI JOAN BAÑOS
NUEVA DELHI (Corresponsal)
Quién lo iba a decir, Vilafranca y Valls han sido desbancadas por Bombay como ciudad más castellera. Aunque allí no haya colles, sino mandales, ni sus miembros se llamen xiquets –o minyons- sino govindas. Sin embargo, el pasado martes levantaron más de cinco mil castells en Bombay y ciudades cercanas como Thane y Pune. Como casi todo en India, la explicación para dicho fervor tiene algo de religioso y algo de material. Para empezar, en India sólo se celebra una "jornada castellera" al año, concretamente, en el segundo de los dos días en que se conmemora el nacimiento del dios Krishna o Govinda. Es el llamado Janmashtami, que según el calendario lunar hindú, cae en agosto o septiembre.
Durante dicho festival se disfraza a los niños como a Krishna –o su consorte, Radha- y se representan episodios de su infancia. En los templos se baña al ídolo con leche y zumos, y se le viste con ropas nuevas. También se le cocinan más de cien platos, pero como su apetito es limitado, antes de que se lo coman los gusanos, se lo comen los cristianos –es decir, los hindúes, espoleados por todo un día de ayuno. Los dulces también son muy populares, puesto que al Krishna niño se le tiene por goloso. Pero en el estado de Maharashtra la fiesta más esperada es el Dahi Handi, en que los govindas, en una rara combinación de castells y cucaña, construyen torres humanas de hasta ocho pisos para alcanzar una olla repleta de mantequilla, yogur, frutos secos y, últimamente, muchos billetes. El enxaneta tiene como misión romper el puchero colgado a varios metros de altura, con un palo o con su propia cabeza, previamente blindada. Ser salpicado es una bendición y los fragmentos de olla sirven además para espantar a los malos espíritus y a los ratones, según los creyentes. Para hacer la tarea más escurridiza, los vecinos lanzan globos de agua a los intrépidos escaladores. Cabe precisar que en india no les llaman castillos, sino pirámides, aunque por lo demás, el parecido con nuestros castells es extraordinario, hasta en el entusiasmo con que celebran los éxitos.
Los Govinda pathaks o pandillas de Govinda, emulan así las travesuras del dios niño, que según la leyenda se dedicaba a robar mantequilla por las casas, obligando a las mujeres a guardarla en ollas suspendidas del techo. Krishna, que entonces aún no tenía su tradicional piel azul –una larga historia- prefiguraba ya su juventud bohemia, marcada por la afición a tocar la flauta y sustraer la ropa de las pastorcillas mientras se bañaban.
"Govinda alaa re", "Govinda ha venido", tararean los castellers indios. No es un himno milenario, sino una canción de Bollywood de hace cuarenta años! A los 500 grupos de govindas de Bombay se han añadido, a lo largo de los últimos doce años, ocho colles formadas por chicas -y no tan chicas, de los diez a los sesenta años. Cabe advertir que no hay colles mixtas, puesto que un contacto físico tan estrecho en público es inimaginable en India –fuera de sus abarrotados autobuses y trenes, claro, aunque en Bombay hay vagones sólo para mujeres.
Ejemplo catalán
El evasivo encuentro entre dos tradiciones castelleras tan distintas como la catalana y la india se produjo finalmente el año pasado. Tras una visita a Bombay de miembros de colles catalanas, que estaban realizando un documental, once govindas, diez chicos y una chica, de las clases más bajas, consiguieron un patrocinador indio para viajar a Catalunya. En noviembre, nada más aterrizar en el aeropuerto del Prat, saludaban a sus anfitriones con un "pilar de quatre". Luego recorrieron Terrassa, Tarragona, Valls, Barcelona, Sitges y Vilafranca, donde actuaron junto a los castellers de dicha ciudad. A los indios les interesaba conocer la técnica catalana para alcanzar castells de hasta nueve y diez pisos, puesto que ellos muy raramente han conseguido pasar de los ocho. De regreso a India, los govindas declaraban que de los catalanes habían aprendido concentración, estructuras más complejas y bases más sólidas –en India se sube a la brava y en un santiamén, sin folre, ni manilles, ni lindezas paganas.
La tradición de los Govinda pathaks, que tiene apenas setenta años, fue revitalizada en décadas recientes por el partido regionalista y antimusulmán Shiv Sena, que gobierna en Bombay, como ejemplo de cultura maratí. Pero del puchero al pucherazo no media una gran distancia. Y en los últimos años hay una auténtica competición entre políticos por organizar ollas dotadas de suculentos premios, en varios casos de 2000 euros, que se reparten entre los govindas ganadores. Una forma tradicional y festiva, pues, de comprar el voto de barrios miserables.
El pasado martes, de las 5000 ollas que se colgaron en varias calles de Bombay, sólo 3 quedaron intactas, sin que ningún mandal fuera capaz de romperlas en pedazos. Una de ellas, inexpugnable a trece metros de altura, lleva doce años entera con su premio de 20.000 euros. En esta última edición, los castellers indios han sido promocionados por primera vez como atractivo turístico por parte del gobierno del Estado. El director general de Turismo de Maharashtra, Vijay Chavan, afirma haberse inspirado, precisamente, en la masa de público que atraen los castells en Catalunya. Por otro lado, la música se ha ido convirtiendo en un ingrediente cada vez más importante y, últimamente, hasta algunas estrellas de Bollywood se implican en el Dahi Handi. Como nota luctuosa, este año ha habido que lamentar un accidente mortal y más de un centenar de heridos. El año pasado hubo tres muertos y 150 govindas con los huesos fracturados, aunque felizmente salpicados con mantequilla bendita.

Sangre de cabra para un feliz vuelo

JORDI JOAN BANOS
NUEVA DELHI (Corresponsal)

El pasado domingo, Nepal Airlines restregaba las sangre de dos cabras recién sacrificadas por el ámorro aerodinamico de su Boeing 757. Con ello, los ingenieros de la compañía, incapaces de arreglar el sistema anticongelante de la nave, apaciguaban a Kal Bhairab, el dios nepalí de la úedestrucción. Horas despues, en un tercer intento, el unico Boeing operativo de la aerolínea conseguía surcar los cielos hasta Hong Kong, sin que tuviera que lamentarse destrucción alguna.
El sacrificio ritual fue celebrado en un hangar de Kathmandú, frente a la plana mayor de la compañía, dispuesta a confirmar que la fe es lo ultimo que se pierde. Durante días, el equipo de ingenieros habia intentado sin éxito reparar uno de los dos únicos aviones nepalíes apto para vuelos internacionales. En el primer vuelo fallido a Hong Kong viajaron 129 pasajeros, que el miedo redujo a 95 en el segundo intento, que se saldó igualmente con un apresurado regreso a Kathmandú. La compañía nepalí de bandera estaba por los suelos –como su segundo Boeing, en un taller de Brunei desde el 1 de agosto- hasta que el jefe de ingenieros, PBS Kansakar, dio con la solución en sueños. La deidad hindú Kal Bhairab, a la postre emblema de la compañía, le soltó un rapapolvo por no haberle ofrecido ninguna inmolación y reclamó ser resarcida de inmediato. Soñado y hecho, al día siguiente, una cabra blanca y otra negra eran ritualmente degolladas con una khukura, la daga curvada tradicional de los gurkhas nepalíes.

La flotilla de Nepal Airlines, tanto internacional como doméstica, luce en su flanco una imagen protectora del mismo dios Kal Bhairab, como si de un medallón « papa no corras » o de una estampita se tratara. Pese a lo cual, el rostro anaranjado y no precisamente tranquilizador del dios no ha traído demasiada suerte a Nepal Airlines, que tiene un largo historial de accidentes, atrasos y cancelaciones. Tanto es así, que la industria turistica nepalí tuvo que padecer -durante los primeros diez dias de agosto- que la compañía aérea nacional suspendiera todos sus vuelos internacionales. Sus dos viejos boeings estaban fuera de combate. Huelga decir que el presupuesto de Nepal, que acaba de salir de diez años de guerra civil, no está para muchas alegrías compradoras.

De hecho, Nepal Airlines fue hasta hace pocos meses Royal Nepal Airlines, lo que no significa que entonces su servicio fuera precisamente aristocrático. En 2005 su presidente fue destituido por un desfalco mayúsculo. Ese mismo año, en diciembre, el impopular Rey Gyanendra, que todavía le tomaba la medida a la corona, se tomó al pie de la letra lo de Royal Airline y se afanó uno de los dos aviones del estado para viajar tres semanas por África. De la noche a la mañana, a causa del safari real, un 30 por ciento de los vuelos de la compañía fueron cancelados y un veinte por ciento sufrieron graves retrasos, con el consiguiente cabreo de nacionales y extranjeros, así como el perjuicio para las arcas públicas.

Por todo ello, cualquier agencia de viajes nepalí recomendará al viajero que tome cualquier otra compañía antes que la aerolínea nacional. Afortunadamente, en los últimos años han proliferado compañías privadas nepalíes con aviones más modernos para los vuelos domésticos, aunque sus nombres sigan teniendo un acento sobrenatural -Yeti Air, Buddha Air- que permite soñar con cabras degolladas y dioses rigurosos.

Cabe añadir que los aeropuertos nepalíes estan a la altura de sus aviones de bandera. Imposible comprar un periódico, un regalo o un almuerzo. La seguridad es un colador.Y la autodenominada Sala VIP de sus aerodrómos domésticos parece el cuarto de la fregona. Eso sí, los vuelos a través de Nepal ofrecen, de paso, vistas impagables del Everest, el Annapurna y otras cumbres legendarias de la cordillera del Himalaya. Si al iracundo Kal Bhairab le da la real gana.

Nepal perdona a su niña diosa

JORDI JOAN BAÑOS (corresponsal)
BHAKTAPUR (Nepal).- "Cuando ya no sea diosa, quiero ser fotógrafa", confiesa Sajani Shakya sentada en su trono ritual de madera labrada. "Aunque me gustaría seguir ayudando a los demás", añade con la misma seriedad, impropia de una niña de once años. Para varios millones de hindúes nepalíes, ella es una kumari, una diosa viviente, desde que tenía dos años. Pero este verano sus parroquianos han estado a punto de retirarle la divinidad por romper el tabú de viajar al extranjero, nada menos que a Estados Unidos. Antes, ninguna kumari había salido jamás de Nepal. A su regreso, el mes pasado, permaneció un tiempo en India, a la espera de que a sus paisanos más ortodoxos se les pasara el enfado. Ahora, una vez perdonada, Sajani reconoce que le entristeció dicha actitud, aunque en India recibió "la mejor ofrenda" en ocho años divinos: "Aprender a montar en bicicleta". Cuando se le pregunta si le hubiera importado dejar de ser diosa, Sajani se planta: "No puedo contestar a esa pregunta". Pero cuando se le pregunta si es, efectivamente, una diosa, afirma que sí sin pestañear. De todos modos, Sajani sabe que con la primera menstruación perderá su condición de diosa. Ya no le queda mucho en el trono –de hecho tiene dos, uno en el porche de su casa y otro, más pequeños, en la primera planta. Frente a este último se arrodillan los adultos que buscan su purificadora bendición con mirada de niña.
Los más reticentes a su viaje fueron los organizadores del Dakshein, el festival otoñal dedicado a la diosa Durga en que la kumari es protagonista destacada durante quince días, fastuosamente maquillada de negro y rojo y paseada en procesiones en las que bendice a miles de fieles. Ahora las aguas han vuelto a su cauce y la niña diosa a la escuela –en inglés- a la que acude como cualquier hijo de vecino. El motivo de su viaje a Washington, acompañada de una tutora, fue la presentación del documental "La diosa viviente", sobre el culto a las diosas vírgenes en el reino himalayo. En rigor hay tres kumaris a tiempo completo, radicadas en las capitales históricas del valle central: Bhaktapur, Patan y Kathmandú. Esta última, llamada también kumari real, es la más importante y vive enclaustrada en un sobrio palacete en el corazón histórico de la actual capital. Desde el siglo XVIII, todos los reyes de Nepal –el único estado que tiene el hinduísmo como religión oficial- han buscado la bendición de esa niña que para ser considerada diosa debe cumplir 32 requisitos. La kumari es una encarnación de Kali, una diosa sedienta de sangre que en Nepal recibe el nombre de Taleju y que cuenta con un hermoso templo en Bhaktapur, una ciudad de fábula declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Sajani, la kumari de Bhaktapur, reside en una antigua casa de ladrillo, en una sosegada plaza presidida por un templo budista. Algo que no es casual, ya que a pesar de que los que le rinden culto sean hindúes, uno de los requisitos de la kumari es proceder de una determinada casta, los Shakya, de fe budista. En su caso, la señal definitiva de su divinidad fue que ni siquiera se inmutó cuando se le colocó una gran flor sobre la cabeza. Algo debía ayudar que su padre –viajante de una fábrica de galletas- sea también religioso y forme parte del comité que elige a la kumari. Asimismo, su casa familiar es donde tradicionalmente la kumari de turno es adorada durante el Dakshein.
En cualquier caso, Sajani es una preciosa niña, despierta y curiosa: "Cómo se dice diosa en castellano? Pero empieza algo enfurruñada la entrevista, porque ha dejado una película a medias. La niña divina ha llegado del cole hace un rato –las clases empiezan a las cinco de la mañana- y nos recibe con algunos rasguños en las piernas, descalza y con las uñas medio despintadas. Reconoce que tanto sus maestros como compañeros la tratan de un modo "diferente". Un trato que, según vemos en sus dos hermanas mayores, es de una extrema dulzura. Sarmila, que estudia empresariales, se sacudió la flor que en su día le pusieron encima. "No era mi fortuna", afirma con un deje de decepción. En cambio, está convencida de que su hermanita es una diosa: "Durante el Dakshein es cuando tiene más poder, se le ve en la cara".
Pero los tiempos están cambiando incluso en una ciudad tan fuera del tiempo como Bhaktapur. Que se haya cuestionado la divinidad de su kumari ya no sorprende, en un momento en que pende de un hilo la corona del tremendamente impopular rey Gyanendra. Éste último accedió al trono tras el oscuro asesinato de su hermano y una decena de miembros de la familia real, en 2001, supuestamente a manos del enguantado príncipe heredero, que se habría suicidado acto seguido sin dejar huellas. Durante el último Dakshein, la bendición de la kumari real ya no fue para el monarca, sino para el Primer Ministro. Éste, como solución de compromiso, ante la presión republicana, propone que la corona de Nepal pase al nieto de Gyanendra, aunque sólo para funciones rituales. Así, con un rey niño y tres niñas diosas, el futuro de Nepal está garantizado.

8.9.07

DE PARIA A SUPERPOTENCIA

India cumple 60 años

JORDI JOAN BAÑOS
NUEVA DELHI (Corresponsal)

Hoy hace 60 años, la que fuera joya del Imperio Británico volvía a brillar con luz propia. Tras siglos de dominación extranjera, la milenaria civilización india recuperaba las riendas de su destino político. En lo económico, el mundo contempla ahora como el subcontinente recupera la posición preeminente que, junto a China, ocupaba antes del colonialismo. Aunque sus agudas contradicciones sociales estén lejos de resolverse, India ha demostrado contar con una democracia a prueba de bomba.

Aquel 15 de agosto de 1947 vio un traumático parto del que no nació un solo estado, como querían Gandhi y el Partido del Congreso, sino dos gemelos de distinto peso, India y Pakistán. Este último fue la concesión británcia a la Liga Musulmana de Mohammad Ali Jinnah, que defendía un estado donde los mahometanos no estuvieran en minoría frente a los hindúes. El virrey, Lord Mountbatten viajó a Nueva Delhi después de arriar la bandera británica en Pakistán. Jawaharlal Nehru, que pondría los cimientos de la mayor democracia del mundo durante sus 17 años como Primer Ministro, saludó “la cita de India con su destino” en un histórico discurso que culminaba seis décadas de lucha por la emancipación a cargo del Partido del Congreso. Pero cuando a medianoche doblaron las campanas de la independencia, el padre de la criatura, el carismático y pacifista Mohandas Gandhi, dormía a más de mil kilómetros, en un barrio musulmán de Calcuta en el que ya se habían cebado los disturbios religiosos. Gandhi consideró que no había ningún motivo para celebrar la partición de India y Pakistán, que todavia había de provocar millones de desplazados y un mínimo de medio millón de muertos. Al día siguiente empezó la primera de varias huelgas de hambre. Cinco meses después caía asesinado por un fanático hindú.

Casi de la noche a la mañana, un subcontinente paupérrimo, fragmentado geográficamente en cientos de principados –bajo el manto británico- y socialmente en castas se convertía, con la independencia, en una república democrática y socialista. Para sorpresa de muchos, la democracia india ha aguantado el tipo, mientras los países de su entorno se empantanaban en dictaduras militares. En el caso de Pakistán, sus dos mitades, separadas por la lengua y por más de mil kilómetros, no celebraron las bodas de plata y en 1971, con la ayuda del ejército indio, Pakistán Oriental se convirtió en Bangladesh. Hoy en día, Pakistán tiene como presidente a un general que se hizo con el poder en un golpe de estado y que se debate entre abrir la mano o proclamar el estado de excepción, acuciado por el radicalismo islamista. Mientras, en Bangladesh, un gobierno de transición tutelado por el ejército, con supuestas ansias regeneradoras, pospone la celebración de elecciones hasta finales de 2008.

LA CASA POR EL TEJADO
A pesar de la retórica socialista de las primeras décadas, Nehru apostó decisivamente por los elitistas institutos de tecnología y por el inglés. A esa política de empezar la casa por el tejado se deben muchos de los logros y fracasos del modelo indio. Porque India puede producir más ingenieros de telecomunicaciones que China, y además, con un inglés fluido, pero no provee a las masas la educación media y elemental necesaria para la urbanización e industrialización. A esa cortapisa se le añaden las insuficiencias en infraestructuras de transporte y energía. Para un empresario indio es más fácil vender servicios a empresas de otro continentes que distribuir productos agrarios o industriales dentro de su propio estado. En India, millones de personas han pasado directamente de no tener teléfono a tener uno móvil, y han circulado por las autopistas de la información antes que por autopistas de asfalto. Pero el intento de pasar de una economía rural a una economía de servicios, sin pasar por la revolución industrial, está dejando en el camino a cientos de millones de personas sin cualificación. Las empresas de informática y telecomunicaciones o biotecnología, a pesar de su gran contribución al PIB en virtud de su valor añadido, emplean a poco más del 1% de los 400 millones de trabajadores indios. De estos últimos, un 5% son asalariados del sector privado, un 5% funcionarios y el 90% trabajadores por cuenta propia, lo que a menudo equivale a infraocupación y paro. El crecimiento de la economía está más basado en su enorme mercado interno que en las exportaciones.

De todos modos, India puede soplar sus velas de cumpleaños con motivos para la esperanza. Varios sectores de su economía están sacando tajada de la globalización y ha pasado de estado paria a supuesta amenaza –u oportunidad- para las empresas occidentales, con adquisiciones multimillonarias en el primer mundo, como, simbólicamente, la mayor acerera británica. Los indios son la minoría más acaudalada de Estados Unidos, que se ha convertido en el modelo a seguir, tras décadas de discurso tercermundista. En EE.UU., el verbo bangalorear –de Bangalore, capital tecnológica- se usa como sinónimo de deslocalizar servicios. Para los trabajadores de San Francisco, India puede haberse convertido en una amenaza, pero para el gobierno de los EE.UU., Nueva Delhi se está convirtiendo a pasos apresurados en un aliado estratégico, como contrapeso a China. Hasta el punto de que Washington ha reconocido a India como potencia atómica responsable y, haciendo una excepción a su doctrina antiproliferación, ha aprobado suministrarle combustible para su programa nuclear civil. Cosa que alimenta el sueño de India de sentarse algún día con las cinco potencias nucleares declaradas, como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

DISCURSOS INCUMPLIDOS
“Servir a India significa acabar con la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la desigualdad de oportunidades”, declaraba Nehru en su famoso discurso de independencia. A pesar del triunfalismo mediático, dentro y fuera de India, y del optimismo consumista de la clase media, cuyo tamaño supera a la población del Reino Unido, salta a la vista que India se encuentra aún al principio del camino trazado hace más de medio siglo. Y según algunos, quince años por detrás de China en muchos aspectos. A pesar de progresos localizados, y de una tasa de crecimiento económico del 9%, cuatro de cada cinco indios viven con menos de dos euros al día, uno de cada tres es analfabeto y la esperanza de vida no alcanza los 65 años. El estado de la educación y la sanidad pública es calamitoso y la mortalidad infantil es del 6,2% en las zonas rurales. El hecho de que India se haya convertido en el país asiático con mayor número de multimillonarios hace olvidar que sigue siendo el país con más pobres del mundo. Pakistán, cuya economía está creciendo a un ritmo no muy inferior al de India, ha logrado una sociedad comparativamente más equilibrada. Para el nobel de Economía, Amartya Sen, India ha aprendido de la China posreforma a servirse de los mercados globales, sin haber hecho los deberes de la China prereforma, singularmente, en lo que respecta a educación y sanidad universales.

LA MAYOR DEMOCRACIA
El historiador Ramachandra Guha, en su espléndida India after Gandhi, de reciente aparición, considera extraordinaria la primera generación de políticos indios, que consiguieron afianzar la democracia en un terreno que muchos consideraban que no estaba preparado. Contra pronóstico, India ha conseguido evitar las tentaciones autoritarias, con la excepción de los 18 meses de estado de excepción declarados por la hija de Nehru, Indira Gandhi, a medidados de los setenta -y que apartaron al Partido del Congreso del poder, por primera vez, en las siguientes elecciones. Pero el mismo historiador observa un grave declive en la capacidad e integridad de la clase política india.

Para el ensayista Pavan K. Varma, autor de Ser indio, la clase media aceptó la democracia no por convicción sino por las posibilidades de promoción social que significaba la creación de una administración autóctona. En cualquier caso, India es también uno de los pocos países del mundo en que las clases bajas votan en mayor proporción que las clases altas. Hasta el punto de que en los últimos veinte años los partidos de las castas inferiores –aunque según la constitución no haya castas- han aumentado su representación. Y una intocable, Mayawati, ha logrado la presidencia de Uttar Pradesh, un estado del tamaño de Pakistán. Ya que, si bien la discriminación por motivos de casta puede haberse difuminado en las grandes ciudades, no es así en los pueblos, donde sigue viviendo más del 60% de los indios. En cualquier caso, el debate político se reduce a menudo a la discusión de cuotas de empleos públicos y subsidios para determinada casta. Si hace sesenta años las castas luchaban por elevar su status sobre las demás, ahora compiten por rebajarlo, a fin de obtener ventajas sociales.
Asimismo, el caciquismo está a la orden del día y la clase política india, como la mayor parte de los cuerpos del estado, quizás con la excepción de la alta judicatura, está corroída por la corrupción. El porcentaje de diputados indios encausados es de dos dígitos, no raramente por delitos de asesinato, como el anterior Ministro de Minas, ya encarcelado. Por otro lado, el pecado original de India, el sectarismo religioso, no está del todo conjurado, aunque los atentados de los últimos trece meses, con decenas de víctimas en Bombay, Hyderabad o el expreso indo-pakistaní, hayan fracasado en su propósito de alimentar la cadena de la venganza.

A la persistencia de la democracia cabe añadir como logro el mantenimiento de la unidad territorial. Según Ramachandra Guha, la Unión India es democrática en un 50% y está unida en un 80%. Aunque es cierto que en Cachemira y en los estados del noreste, infestados por decenas de guerrillas, el ejército indio tiene desplegados a cientos de miles de efectivos y viola los derechos humanos con virtual impunidad. Asimismo, la autoridad del estado es mínima en el denominado corredor maoista, que atraviesa el tercio oriental de India, desde la frontera con Nepal hasta las proximidades de Bangalore. En varias de esas zonas, incluso a los funcionarios del estado se les deduce un porcentaje del salario para financiar a la guerrilla. Para los cachemires, los nororientales, los parias y los tribales, así como para la mayoría de campesinos o musulmanes, los frutos de la democracia india todavía están por recoger. Pero el federalismo de base lingüística ha sido, en líneas generales, un éxito. Por lo que el auténtico riesgo de secesión no es geográfico sino social, con una minoría globalizada en su formación, ingresos, gustos y consumo, opuesta a una mayoría definitivamente no alineada y tercermundista, que la publicidad sobrevuela sin llegar a tocar.

Tras sesenta años de independencia, el rostro de Gandhi sigue presente en todos los billetes de banco –como el de Jinnah en Pakistán- pero sus ideas no parecen de curso legal. Si volviera de sus cenizas, hoy tampoco celebraría la efeméride al ver como el subcontinente que él quería unido consolida su divorcio con alambradas, veladas por armas nucleares. Tanto es así que India ya ha vallado la mayor parte de su frontera con Bangladesh y Pakistán, sus antiguos oídos, ahora convertidos en tapones.