28.9.06

300% SPANISH DESIGN / LISBOA

Sillas y lámparas, cartel de un siglo de diseño español

JORDI JOAN BAÑOS (servicio especial)

LISBOA.- ¿Qué tres objetos elegiría para iluminar la evolución del diseño en España desde 1900 a la actualidad? Juli Capella ha escogido cien lámparas, cien sillas y cien carteles para “300% Spanish Design”, una extraordinaria exposición inaugurada ayer en el lisboeta Palacio de Ajuda, donde se podrá visitar hasta el 12 de noviembre. Hasta ahora, la muestra sólo se había podido ver en Japón, en la Exposición Universal de Aichi 2005. El año próximo volverá a Oriente –a dos ciudades chinas- previo paso por Grecia.

El comisario de la retrospectiva y presidente del FAD, Juli Capella, justifica la elección de estos tres objetos porque en ellos el nivel es de primera línea en varias etapas, desde el Modernismo hasta la eclosión de los años 80 y la contemporaneidad. “Pocos países pueden exhibir 100 sillas de esta categoría”, asegura Capella, “mientras que si hubiéramos elegido electrodomésticos hubieramos hecho un mal papel”. A partir de estas 300 obras de arte utilitario, Capella se atreve a sintetizar el carácter del diseño español, como desenfadado, dinámico y colorido, aunque con una base racional y práctica, y a menudo, un trasfondo artesano y simplicidad tecnológica. En el caso de las lámparas añade que, “más que dar luz dan calidez” y son poco estáticas y racionalistas. Otra característica sería la intervención de grandes artistas, como demuestran los carteles de Saura o Chillida para el Mundial 82 o los de Miró y Tàpies para distintos eventos. Dalí está presente en los tres apartados, con un cartel sobre París, la silla Leda, una lámpara con cajones y otra sostenida por una especie de hueso. Aunque Mariscal le supera en número de objetos, con cuatro sillas y el taburete tricolor de 1980 -que figura también por mérito propio en el Museo del Diseño de Lisboa- y el póster BAR-CEL-ONA. Como no podría ser de otro modo, la exposición hace patente la condición de la capital catalana como meca del diseño, con obras de Peret, Satué, América Sánchez, etc. El mobiliario también ha tentado a grandes arquitectos, como demuestran las sillas de Gaudí (2), Sert, Bofill, Miralles y Pinós.

Volviendo a la luz, destaca la reedición del proyector ‘Escudo Sarraceno’, de Marià Fortuny, y, entre las más recientes, una del sastre Antonio Miró, la gatuna ‘Mitzy’, de King & Miranda, o las ‘Superpatatas’ de Héctor Serrano, calentitas, amontonables y pisables, como sacos de luz antiestrés. Sin olvidar la diseñada en madera por Coderch en 1957, que Picasso calificó como la lámpara más bonita del mundo.

Los carteles sirven de introducción a la exposición y a la propia España, por su uso no solo comercial, sino también político o social, como en el caso del relativo a la tuberculosis, de Casas, u otro a favor de la lactancia materna, de Josep Morell, uno de los grandes cartelistas de los años treinta, radicado en Valencia, donde había una de las mejores imprentas de la época. Rafael de Penagos y Alexandre de Riquer están entre los grandes del inicio del siglo pasado. Nada menos que 85 de los cien carteles expuestos pertenecen a la colección de Marc Martí. Aunque la muestra incide poco en el cartelismo de la Guerra Civil, que en el caso republicano alcanzó un alto nivel, todo indica que la exposición del Museu d’Història de Catalunya podría viajar muy pronto a Lisboa.

Tampoco faltan hitos de nuestra memoria visual, como el borreguito de Norit, de 1960, el niño de Freixenet, de 1920 - de cuya autoría se duda- o el sol que pintó Miró para Turismo de España. También se da espacio al subgénero de los carteles taurinos y teatrales, como uno de Guinovart sobre ‘Bodas de Sangre’, mientras que llama la atención la escasez de carteles cinematográficos, con ‘Tacones lejanos’, ‘El día de la bestia’ y el ‘Don Quijote’ de Pabst entre las excepciones.

Y aunque la Guerra y la Posguerra supusieron un evidente parón creativo, Capella sostiene que España consiguió, mal que bien, con mayor o menor retraso, meterse en todos los ismos del siglo. La exposición termina con una silla cubierta de cesped que la Ministra Portuguesa de Cultura no se resistió a regar.

7.9.06

LISBOETA

EL VERANO EN LISBOA

Cartas desde Lisboa
La ciudad que tiende puentes
JORDI JOAN BAÑOS
Para volver a la infancia de Europa puede acercarse a Lisboa, de preferencia a barrios populares como la Mouraria. Pero si quiere conocer la cuna de África en Europa, deberá dirigirse, también, a Lisboa, donde existe población negra, ininterrumpidamente, desde 1440. Este verano, el rescoldo africano, nunca apagado en Portugal, ha vuelto a llamar a las puertas de la antigua metrópolis. En primer lugar, por el espaldarazo que ha representado el Festival África, junto a la Torre de Belém, con la presencia de gigantes como Cesária Évora, Cheikh Lô o Oumou Sangaré, que tuvo un recuerdo para el gran Ali Farka Touré, que el año pasado ofreció un concierto memorable en el lisboeta bosque de Monsanto. En segundo lugar, por la concesión del Premio Camoes, el Cervantes de las letras portuguesas al angoleño José Luandino Vieira, quien, no obstante, lo ha rechazado. El jurado no fue ciertamente oportuno, ya que el larguísimo silencio editorial del antiguo luchador anticolonialista deberá romperse este mismo otoño. Asimismo, Mia Couto, el mayor escritor de la otra gran excolonia, Mozambique, acaba de sacar nueva novela, “El otro pie de la sirena”. Uno y otro, así como el caboverdiano Germano Almeida o el joven angoleño Ondjaki, publican en esa casa de papel de la literatura africana que es la editorial Caminho, que tiene en José Saramago a su gallina de los huevos de oro.

Los otros dos “hombres del año” también vienen, en cierto modo, de muy lejos. Uno porque era armenio y petrolero y murió hace medio siglo, Calouste Gulbenkian. La riquísima Fundación homónima que legó a su Lisboa adoptiva, cumple 50 años a bombo y platillo, aunque aprovecha el ruido para suprimir su histórico Ballet Gulbenkian. Las colecciones de la Fundación Gulbenkian, que fue durante décadas un ministerio de cultura en la sombra, siguen siendo visita obligada y puente a Oriente Medio. El otro magnate es madeirense, aunque hizo su fortuna en las minas sudafricanas, Joe Berardo. Hace unos días el presidente de Portugal ha dado el visto bueno al acuerdo del gobierno Berardo, según el cual éste cede al estado su excelente colección de arte contemporáneo, hasta ahora talón de Aquiles de Lisboa, puesto que el interesante Museu do Chiado es principalmente de arte moderno. La colección Berardo, parcialmente visible en Sintra, será trasladada al faraónico Centro Cultural de Belém ya en la próxima temporada, donde se exhibirá de forma permanente. Berardo ya tiene una rara colección de escultura de Zimbabwe en piedra en su edénica fundación en Funchal. Porque la cultura ya no está toda en Lisboa. La capital de la arquitectura portuguesa es Oporto –una ciudad que parece haber cambiado más en cinco años que en cincuenta-, donde la Fundación Serralves de arte contemporáneo, obra de Álvaro Siza, sigue siendo modélica en muchos aspectos, y a la que se ha unido, en el plano musical, el excepcional contenedor de la Casa da Música, de la autoría de Rem Koolhaas.

Lo que se salvó de las colecciones reales, devastadas por el terremoto de 1755, puede verse en el Museu Nacional de Arte Antiga, que a sus “Tentaciones de San Antonio” del Bosco añade ahora, y hasta el 15 de septiembre, una selección de 95 obras de la segunda mejor colección privada de arte europeo, desde el Renacimiento hasta principios del siglo XX, la Colección Rau. Además de Fra Angélico, El Greco, Reynolds o Ribera, se encuentran representados todos los grandes del impresionismo.

Si después de oxigenarse en la fantástica terraza con vistas al río del MNAA el cuerpo le pide destapar el frasco de las esencias, diríjase a Madragoa, o mejor aún, a los barrios aledaños del Castillo y la Catedral, como Alfama. O la humilde Mouraria, donde en una de cada tres puertas se levanta una placa que recuerda el lugar de nacimiento de una fadista o de un guitarra. El barrio, que conserva la traza laberíntica medieval y musulmana, es impracticable para los coches. Pero ya no hay solo portugueses blancos y pobres. En un bar que por su escualidez parece más propio de Santiago de Cuba, un chino de Macao se afana a freír sardinas bajo un emparrado. En la zona viven también indios de Goa y africanos que, sin sombra de duda, proceden de Cabo Verde, Angola, Guinea Bissau, San Tomé o Mozambique. Asimismo, ahí se encuentra la primera casa de la Compañía de Jesús en el mundo. De Lisboa partió Francisco Javier en el XVI con la misión de evangelizar Asia. Una vez plegadas las últimas velas de la colonización portuguesa, es todo aquel mundo el que regresa y, aún timidamente, va impregnando de especias la cultura lusa.

Los puentes fluviales y marítimos siguen ahí, pero, ¿y los puentes con España? Por restaurar, como el fronterizo de Ajuda, a pesar de la labor del ZDB –dirigido por el catalán Nacho Checa- templo del underground junto con el Chapitô, y de algunos festivales de teatro, como el de Almada, o del nuevo Mite, en el Teatro D. Maria., complementario al no muy lejano Festival de Teatro Clásico de Mérida. El contraste con la intensa relación comercial es sonrojante. Hace un año las respectivas ministras de Cultura prometieron un año de España en Portugal que ha quedado en papel mojado. Mientras que la promoción de la cultura catalana en Portugal nunca ha existido, o en todo caso, tiene la cara de una muñeca de plástico: la del cartel del Salón Erótico, exportado con éxito, por segunda vez por el festival barcelonés. Sólo el teatro catalán, por su cuenta y riesgo, y algo de danza, han puesto alguna pica en tierras lusas. Por Almada acaban de pasar Els Joglars y en el recién estrenado festival Mite –que se quiere complementario del Festival de Teatro Clásico de Mérida-, José Sanchis Sinisterra ha presentado en italiano la que fue la primera obra en castellano producida por el Teatre Nacional de Catalunya, “Il lettore a ore”. Son puentes todavía precarios para cruzar el Tajo.