8.9.07

DE PARIA A SUPERPOTENCIA

India cumple 60 años

JORDI JOAN BAÑOS
NUEVA DELHI (Corresponsal)

Hoy hace 60 años, la que fuera joya del Imperio Británico volvía a brillar con luz propia. Tras siglos de dominación extranjera, la milenaria civilización india recuperaba las riendas de su destino político. En lo económico, el mundo contempla ahora como el subcontinente recupera la posición preeminente que, junto a China, ocupaba antes del colonialismo. Aunque sus agudas contradicciones sociales estén lejos de resolverse, India ha demostrado contar con una democracia a prueba de bomba.

Aquel 15 de agosto de 1947 vio un traumático parto del que no nació un solo estado, como querían Gandhi y el Partido del Congreso, sino dos gemelos de distinto peso, India y Pakistán. Este último fue la concesión británcia a la Liga Musulmana de Mohammad Ali Jinnah, que defendía un estado donde los mahometanos no estuvieran en minoría frente a los hindúes. El virrey, Lord Mountbatten viajó a Nueva Delhi después de arriar la bandera británica en Pakistán. Jawaharlal Nehru, que pondría los cimientos de la mayor democracia del mundo durante sus 17 años como Primer Ministro, saludó “la cita de India con su destino” en un histórico discurso que culminaba seis décadas de lucha por la emancipación a cargo del Partido del Congreso. Pero cuando a medianoche doblaron las campanas de la independencia, el padre de la criatura, el carismático y pacifista Mohandas Gandhi, dormía a más de mil kilómetros, en un barrio musulmán de Calcuta en el que ya se habían cebado los disturbios religiosos. Gandhi consideró que no había ningún motivo para celebrar la partición de India y Pakistán, que todavia había de provocar millones de desplazados y un mínimo de medio millón de muertos. Al día siguiente empezó la primera de varias huelgas de hambre. Cinco meses después caía asesinado por un fanático hindú.

Casi de la noche a la mañana, un subcontinente paupérrimo, fragmentado geográficamente en cientos de principados –bajo el manto británico- y socialmente en castas se convertía, con la independencia, en una república democrática y socialista. Para sorpresa de muchos, la democracia india ha aguantado el tipo, mientras los países de su entorno se empantanaban en dictaduras militares. En el caso de Pakistán, sus dos mitades, separadas por la lengua y por más de mil kilómetros, no celebraron las bodas de plata y en 1971, con la ayuda del ejército indio, Pakistán Oriental se convirtió en Bangladesh. Hoy en día, Pakistán tiene como presidente a un general que se hizo con el poder en un golpe de estado y que se debate entre abrir la mano o proclamar el estado de excepción, acuciado por el radicalismo islamista. Mientras, en Bangladesh, un gobierno de transición tutelado por el ejército, con supuestas ansias regeneradoras, pospone la celebración de elecciones hasta finales de 2008.

LA CASA POR EL TEJADO
A pesar de la retórica socialista de las primeras décadas, Nehru apostó decisivamente por los elitistas institutos de tecnología y por el inglés. A esa política de empezar la casa por el tejado se deben muchos de los logros y fracasos del modelo indio. Porque India puede producir más ingenieros de telecomunicaciones que China, y además, con un inglés fluido, pero no provee a las masas la educación media y elemental necesaria para la urbanización e industrialización. A esa cortapisa se le añaden las insuficiencias en infraestructuras de transporte y energía. Para un empresario indio es más fácil vender servicios a empresas de otro continentes que distribuir productos agrarios o industriales dentro de su propio estado. En India, millones de personas han pasado directamente de no tener teléfono a tener uno móvil, y han circulado por las autopistas de la información antes que por autopistas de asfalto. Pero el intento de pasar de una economía rural a una economía de servicios, sin pasar por la revolución industrial, está dejando en el camino a cientos de millones de personas sin cualificación. Las empresas de informática y telecomunicaciones o biotecnología, a pesar de su gran contribución al PIB en virtud de su valor añadido, emplean a poco más del 1% de los 400 millones de trabajadores indios. De estos últimos, un 5% son asalariados del sector privado, un 5% funcionarios y el 90% trabajadores por cuenta propia, lo que a menudo equivale a infraocupación y paro. El crecimiento de la economía está más basado en su enorme mercado interno que en las exportaciones.

De todos modos, India puede soplar sus velas de cumpleaños con motivos para la esperanza. Varios sectores de su economía están sacando tajada de la globalización y ha pasado de estado paria a supuesta amenaza –u oportunidad- para las empresas occidentales, con adquisiciones multimillonarias en el primer mundo, como, simbólicamente, la mayor acerera británica. Los indios son la minoría más acaudalada de Estados Unidos, que se ha convertido en el modelo a seguir, tras décadas de discurso tercermundista. En EE.UU., el verbo bangalorear –de Bangalore, capital tecnológica- se usa como sinónimo de deslocalizar servicios. Para los trabajadores de San Francisco, India puede haberse convertido en una amenaza, pero para el gobierno de los EE.UU., Nueva Delhi se está convirtiendo a pasos apresurados en un aliado estratégico, como contrapeso a China. Hasta el punto de que Washington ha reconocido a India como potencia atómica responsable y, haciendo una excepción a su doctrina antiproliferación, ha aprobado suministrarle combustible para su programa nuclear civil. Cosa que alimenta el sueño de India de sentarse algún día con las cinco potencias nucleares declaradas, como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

DISCURSOS INCUMPLIDOS
“Servir a India significa acabar con la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la desigualdad de oportunidades”, declaraba Nehru en su famoso discurso de independencia. A pesar del triunfalismo mediático, dentro y fuera de India, y del optimismo consumista de la clase media, cuyo tamaño supera a la población del Reino Unido, salta a la vista que India se encuentra aún al principio del camino trazado hace más de medio siglo. Y según algunos, quince años por detrás de China en muchos aspectos. A pesar de progresos localizados, y de una tasa de crecimiento económico del 9%, cuatro de cada cinco indios viven con menos de dos euros al día, uno de cada tres es analfabeto y la esperanza de vida no alcanza los 65 años. El estado de la educación y la sanidad pública es calamitoso y la mortalidad infantil es del 6,2% en las zonas rurales. El hecho de que India se haya convertido en el país asiático con mayor número de multimillonarios hace olvidar que sigue siendo el país con más pobres del mundo. Pakistán, cuya economía está creciendo a un ritmo no muy inferior al de India, ha logrado una sociedad comparativamente más equilibrada. Para el nobel de Economía, Amartya Sen, India ha aprendido de la China posreforma a servirse de los mercados globales, sin haber hecho los deberes de la China prereforma, singularmente, en lo que respecta a educación y sanidad universales.

LA MAYOR DEMOCRACIA
El historiador Ramachandra Guha, en su espléndida India after Gandhi, de reciente aparición, considera extraordinaria la primera generación de políticos indios, que consiguieron afianzar la democracia en un terreno que muchos consideraban que no estaba preparado. Contra pronóstico, India ha conseguido evitar las tentaciones autoritarias, con la excepción de los 18 meses de estado de excepción declarados por la hija de Nehru, Indira Gandhi, a medidados de los setenta -y que apartaron al Partido del Congreso del poder, por primera vez, en las siguientes elecciones. Pero el mismo historiador observa un grave declive en la capacidad e integridad de la clase política india.

Para el ensayista Pavan K. Varma, autor de Ser indio, la clase media aceptó la democracia no por convicción sino por las posibilidades de promoción social que significaba la creación de una administración autóctona. En cualquier caso, India es también uno de los pocos países del mundo en que las clases bajas votan en mayor proporción que las clases altas. Hasta el punto de que en los últimos veinte años los partidos de las castas inferiores –aunque según la constitución no haya castas- han aumentado su representación. Y una intocable, Mayawati, ha logrado la presidencia de Uttar Pradesh, un estado del tamaño de Pakistán. Ya que, si bien la discriminación por motivos de casta puede haberse difuminado en las grandes ciudades, no es así en los pueblos, donde sigue viviendo más del 60% de los indios. En cualquier caso, el debate político se reduce a menudo a la discusión de cuotas de empleos públicos y subsidios para determinada casta. Si hace sesenta años las castas luchaban por elevar su status sobre las demás, ahora compiten por rebajarlo, a fin de obtener ventajas sociales.
Asimismo, el caciquismo está a la orden del día y la clase política india, como la mayor parte de los cuerpos del estado, quizás con la excepción de la alta judicatura, está corroída por la corrupción. El porcentaje de diputados indios encausados es de dos dígitos, no raramente por delitos de asesinato, como el anterior Ministro de Minas, ya encarcelado. Por otro lado, el pecado original de India, el sectarismo religioso, no está del todo conjurado, aunque los atentados de los últimos trece meses, con decenas de víctimas en Bombay, Hyderabad o el expreso indo-pakistaní, hayan fracasado en su propósito de alimentar la cadena de la venganza.

A la persistencia de la democracia cabe añadir como logro el mantenimiento de la unidad territorial. Según Ramachandra Guha, la Unión India es democrática en un 50% y está unida en un 80%. Aunque es cierto que en Cachemira y en los estados del noreste, infestados por decenas de guerrillas, el ejército indio tiene desplegados a cientos de miles de efectivos y viola los derechos humanos con virtual impunidad. Asimismo, la autoridad del estado es mínima en el denominado corredor maoista, que atraviesa el tercio oriental de India, desde la frontera con Nepal hasta las proximidades de Bangalore. En varias de esas zonas, incluso a los funcionarios del estado se les deduce un porcentaje del salario para financiar a la guerrilla. Para los cachemires, los nororientales, los parias y los tribales, así como para la mayoría de campesinos o musulmanes, los frutos de la democracia india todavía están por recoger. Pero el federalismo de base lingüística ha sido, en líneas generales, un éxito. Por lo que el auténtico riesgo de secesión no es geográfico sino social, con una minoría globalizada en su formación, ingresos, gustos y consumo, opuesta a una mayoría definitivamente no alineada y tercermundista, que la publicidad sobrevuela sin llegar a tocar.

Tras sesenta años de independencia, el rostro de Gandhi sigue presente en todos los billetes de banco –como el de Jinnah en Pakistán- pero sus ideas no parecen de curso legal. Si volviera de sus cenizas, hoy tampoco celebraría la efeméride al ver como el subcontinente que él quería unido consolida su divorcio con alambradas, veladas por armas nucleares. Tanto es así que India ya ha vallado la mayor parte de su frontera con Bangladesh y Pakistán, sus antiguos oídos, ahora convertidos en tapones.

1 comentari:

Hussard82 ha dit...

Jordi, tu écris le français divinement bien. J'aimerais povoir t'écrire en portugais mais je ne connais que deux ou trois mots !
j'aimerais aussi pouvoir t'écrire en privé, mais je n'ai pas envie de rendre public mon e mail personnel.

à bientôt
j'ai hâte qu'on puisse parler plus longement et j'aime Eloges !