19.4.06

Estuario

Se despereza Lisboa con el sol ya en descenso. Entre la muerte de Fernando Pessoa y la llegada de los malabaristas, en el mirador de Adamastor, apura su café un hombre sin edad. A su derecha está el puente enrojecido y, a sus pies, el río arrepentido y ceniciento. No se decide a culminar su curso atropellado –“¿eso era todo?”- engordando en la duda, ya sin vuelta atrás. En la hora malva, la torpeza del Tajo se confunde con las cavilaciones de sombrero chato de un caballero acicalado y sedentario.

“Mejor no dar por bueno el curso de las cosas, mejor sería el supremo atrevimiento de remontar el río. Atreverse a ver y a verse: el país desde la lejanía; uno mismo distanciado, personaje trasplantado en otra historia. Huir para trocar quizás a la madre asfixiante por un par de madrastras displicentes. Y unirse a los migrantes: entre ellos solamente el mañana mantiene su prestigio y guía su laboriosa discreción a la conquista de otros días.

Se emigra para adormecer, bajo un sol más templado, o para enardecerse bajo una luz hiriente. O para derrumbarse –sombrío, hiperconsciente- erguido bajo cielos de cuchilla mate, acongojantes. Pues siempre es preferible naufragar en otras aguas, más cálidas y demoradas, o más frías, más límpidas, vertiginosas. Cualquier cosa es mejor que el charco de los martes.

Se emigra para ser, para sentir, para volver a ser: sin objeto directo ni adjetivos posesivos. Para desprenderse o para poseer. Para escuchar, se dice, historias nuevas: las de siempre, con la anécdota cambiada en otro acento. Se emigra para conocer, los nombres del amor en otras lenguas, palabras nuevas para designar, ropajes nuevos para embellecer o disfrazar; para esconder, mostrar o distraer. Para sentirse idiota e incompleto, mientras alrededor el mundo aumenta y multiplica sus máscaras y su pelaje.

Irse, tal vez, para pedirle cartas nuevas al tahur de siempre. Y decir Diego donde se dijo digo, para burlar al tiempo -a sabiendas de que es él quien suelta la postrera carcajada. Metamorfosis de fábula. Que emigre la cigarra uniformada en hormiga; que se extravíe la hormiga, convertida en cigarra. Se emigra porque se está sediento y, a la vez -avaramente y no es milagro- se ha ido haciendo provisión de agua.

Moverse para fijarse. Porque se estropeó la máquina de impresionar recuerdos. Porque ya nada te retiene, porque la tierra gira y tú con ella. Y ha cambiado tanto todo que hay cada vez menos razones para permanecer. O cuando nada cambia. Nada de nada. Se cambia para que permanezca aquello que nos mueve. El sueño y sus molinos de agua.

Cuando -uno tras otro- terminan de crecer, cuerpo, deseo, razón y comprensión. Cuando ya solo queda el resto de la vida para que crezca la ‘saudade’ de cuando se crecía. Entonces -y solo entonces- se emigra porque no hay ya adonde ir, pero tampoco, lugar donde quedarse. Porque la Tierra entera es una isla, por todas partes rodeada de nada, menos por la imaginación”.

El último rayo de luz anaranjada desnuda la integral blancura del cuaderno. Acodado en su terraza permanente, Ricardo Reis sigue en suspenso, la pluma todavía en vilo y la mirada fija en el desembocar. Hoy tampoco ha fondeado la embarcación que espera. Hoy sigue sin sentirse muy dueño de sí mismo, ni de sus pensamientos, y sigue sin saber por qué. Es hora de cerrar el cuadernillo y de guardar, de nuevo en el chaleco, su pasaje, pulcramente doblado, de una caligrafía griega de dudosa vigencia. Es hora de quedarse. Mañana volverá. Sin ansia, ni amargura, ni esperanza, empieza a sospechar que nunca dejará Lisboa.

1 comentari:

Anònim ha dit...

gostei! apesar do catalão não ser o meu forte.... beijos!
Vizinha :P