JORDI JOAN BAÑOS (corresponsal)
BHAKTAPUR (Nepal).- "Cuando ya no sea diosa, quiero ser fotógrafa", confiesa Sajani Shakya sentada en su trono ritual de madera labrada. "Aunque me gustaría seguir ayudando a los demás", añade con la misma seriedad, impropia de una niña de once años. Para varios millones de hindúes nepalíes, ella es una kumari, una diosa viviente, desde que tenía dos años. Pero este verano sus parroquianos han estado a punto de retirarle la divinidad por romper el tabú de viajar al extranjero, nada menos que a Estados Unidos. Antes, ninguna kumari había salido jamás de Nepal. A su regreso, el mes pasado, permaneció un tiempo en India, a la espera de que a sus paisanos más ortodoxos se les pasara el enfado. Ahora, una vez perdonada, Sajani reconoce que le entristeció dicha actitud, aunque en India recibió "la mejor ofrenda" en ocho años divinos: "Aprender a montar en bicicleta". Cuando se le pregunta si le hubiera importado dejar de ser diosa, Sajani se planta: "No puedo contestar a esa pregunta". Pero cuando se le pregunta si es, efectivamente, una diosa, afirma que sí sin pestañear. De todos modos, Sajani sabe que con la primera menstruación perderá su condición de diosa. Ya no le queda mucho en el trono –de hecho tiene dos, uno en el porche de su casa y otro, más pequeños, en la primera planta. Frente a este último se arrodillan los adultos que buscan su purificadora bendición con mirada de niña.
Los más reticentes a su viaje fueron los organizadores del Dakshein, el festival otoñal dedicado a la diosa Durga en que la kumari es protagonista destacada durante quince días, fastuosamente maquillada de negro y rojo y paseada en procesiones en las que bendice a miles de fieles. Ahora las aguas han vuelto a su cauce y la niña diosa a la escuela –en inglés- a la que acude como cualquier hijo de vecino. El motivo de su viaje a Washington, acompañada de una tutora, fue la presentación del documental "La diosa viviente", sobre el culto a las diosas vírgenes en el reino himalayo. En rigor hay tres kumaris a tiempo completo, radicadas en las capitales históricas del valle central: Bhaktapur, Patan y Kathmandú. Esta última, llamada también kumari real, es la más importante y vive enclaustrada en un sobrio palacete en el corazón histórico de la actual capital. Desde el siglo XVIII, todos los reyes de Nepal –el único estado que tiene el hinduísmo como religión oficial- han buscado la bendición de esa niña que para ser considerada diosa debe cumplir 32 requisitos. La kumari es una encarnación de Kali, una diosa sedienta de sangre que en Nepal recibe el nombre de Taleju y que cuenta con un hermoso templo en Bhaktapur, una ciudad de fábula declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Sajani, la kumari de Bhaktapur, reside en una antigua casa de ladrillo, en una sosegada plaza presidida por un templo budista. Algo que no es casual, ya que a pesar de que los que le rinden culto sean hindúes, uno de los requisitos de la kumari es proceder de una determinada casta, los Shakya, de fe budista. En su caso, la señal definitiva de su divinidad fue que ni siquiera se inmutó cuando se le colocó una gran flor sobre la cabeza. Algo debía ayudar que su padre –viajante de una fábrica de galletas- sea también religioso y forme parte del comité que elige a la kumari. Asimismo, su casa familiar es donde tradicionalmente la kumari de turno es adorada durante el Dakshein.
En cualquier caso, Sajani es una preciosa niña, despierta y curiosa: "Cómo se dice diosa en castellano? Pero empieza algo enfurruñada la entrevista, porque ha dejado una película a medias. La niña divina ha llegado del cole hace un rato –las clases empiezan a las cinco de la mañana- y nos recibe con algunos rasguños en las piernas, descalza y con las uñas medio despintadas. Reconoce que tanto sus maestros como compañeros la tratan de un modo "diferente". Un trato que, según vemos en sus dos hermanas mayores, es de una extrema dulzura. Sarmila, que estudia empresariales, se sacudió la flor que en su día le pusieron encima. "No era mi fortuna", afirma con un deje de decepción. En cambio, está convencida de que su hermanita es una diosa: "Durante el Dakshein es cuando tiene más poder, se le ve en la cara".
Pero los tiempos están cambiando incluso en una ciudad tan fuera del tiempo como Bhaktapur. Que se haya cuestionado la divinidad de su kumari ya no sorprende, en un momento en que pende de un hilo la corona del tremendamente impopular rey Gyanendra. Éste último accedió al trono tras el oscuro asesinato de su hermano y una decena de miembros de la familia real, en 2001, supuestamente a manos del enguantado príncipe heredero, que se habría suicidado acto seguido sin dejar huellas. Durante el último Dakshein, la bendición de la kumari real ya no fue para el monarca, sino para el Primer Ministro. Éste, como solución de compromiso, ante la presión republicana, propone que la corona de Nepal pase al nieto de Gyanendra, aunque sólo para funciones rituales. Así, con un rey niño y tres niñas diosas, el futuro de Nepal está garantizado.
BHAKTAPUR (Nepal).- "Cuando ya no sea diosa, quiero ser fotógrafa", confiesa Sajani Shakya sentada en su trono ritual de madera labrada. "Aunque me gustaría seguir ayudando a los demás", añade con la misma seriedad, impropia de una niña de once años. Para varios millones de hindúes nepalíes, ella es una kumari, una diosa viviente, desde que tenía dos años. Pero este verano sus parroquianos han estado a punto de retirarle la divinidad por romper el tabú de viajar al extranjero, nada menos que a Estados Unidos. Antes, ninguna kumari había salido jamás de Nepal. A su regreso, el mes pasado, permaneció un tiempo en India, a la espera de que a sus paisanos más ortodoxos se les pasara el enfado. Ahora, una vez perdonada, Sajani reconoce que le entristeció dicha actitud, aunque en India recibió "la mejor ofrenda" en ocho años divinos: "Aprender a montar en bicicleta". Cuando se le pregunta si le hubiera importado dejar de ser diosa, Sajani se planta: "No puedo contestar a esa pregunta". Pero cuando se le pregunta si es, efectivamente, una diosa, afirma que sí sin pestañear. De todos modos, Sajani sabe que con la primera menstruación perderá su condición de diosa. Ya no le queda mucho en el trono –de hecho tiene dos, uno en el porche de su casa y otro, más pequeños, en la primera planta. Frente a este último se arrodillan los adultos que buscan su purificadora bendición con mirada de niña.
Los más reticentes a su viaje fueron los organizadores del Dakshein, el festival otoñal dedicado a la diosa Durga en que la kumari es protagonista destacada durante quince días, fastuosamente maquillada de negro y rojo y paseada en procesiones en las que bendice a miles de fieles. Ahora las aguas han vuelto a su cauce y la niña diosa a la escuela –en inglés- a la que acude como cualquier hijo de vecino. El motivo de su viaje a Washington, acompañada de una tutora, fue la presentación del documental "La diosa viviente", sobre el culto a las diosas vírgenes en el reino himalayo. En rigor hay tres kumaris a tiempo completo, radicadas en las capitales históricas del valle central: Bhaktapur, Patan y Kathmandú. Esta última, llamada también kumari real, es la más importante y vive enclaustrada en un sobrio palacete en el corazón histórico de la actual capital. Desde el siglo XVIII, todos los reyes de Nepal –el único estado que tiene el hinduísmo como religión oficial- han buscado la bendición de esa niña que para ser considerada diosa debe cumplir 32 requisitos. La kumari es una encarnación de Kali, una diosa sedienta de sangre que en Nepal recibe el nombre de Taleju y que cuenta con un hermoso templo en Bhaktapur, una ciudad de fábula declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Sajani, la kumari de Bhaktapur, reside en una antigua casa de ladrillo, en una sosegada plaza presidida por un templo budista. Algo que no es casual, ya que a pesar de que los que le rinden culto sean hindúes, uno de los requisitos de la kumari es proceder de una determinada casta, los Shakya, de fe budista. En su caso, la señal definitiva de su divinidad fue que ni siquiera se inmutó cuando se le colocó una gran flor sobre la cabeza. Algo debía ayudar que su padre –viajante de una fábrica de galletas- sea también religioso y forme parte del comité que elige a la kumari. Asimismo, su casa familiar es donde tradicionalmente la kumari de turno es adorada durante el Dakshein.
En cualquier caso, Sajani es una preciosa niña, despierta y curiosa: "Cómo se dice diosa en castellano? Pero empieza algo enfurruñada la entrevista, porque ha dejado una película a medias. La niña divina ha llegado del cole hace un rato –las clases empiezan a las cinco de la mañana- y nos recibe con algunos rasguños en las piernas, descalza y con las uñas medio despintadas. Reconoce que tanto sus maestros como compañeros la tratan de un modo "diferente". Un trato que, según vemos en sus dos hermanas mayores, es de una extrema dulzura. Sarmila, que estudia empresariales, se sacudió la flor que en su día le pusieron encima. "No era mi fortuna", afirma con un deje de decepción. En cambio, está convencida de que su hermanita es una diosa: "Durante el Dakshein es cuando tiene más poder, se le ve en la cara".
Pero los tiempos están cambiando incluso en una ciudad tan fuera del tiempo como Bhaktapur. Que se haya cuestionado la divinidad de su kumari ya no sorprende, en un momento en que pende de un hilo la corona del tremendamente impopular rey Gyanendra. Éste último accedió al trono tras el oscuro asesinato de su hermano y una decena de miembros de la familia real, en 2001, supuestamente a manos del enguantado príncipe heredero, que se habría suicidado acto seguido sin dejar huellas. Durante el último Dakshein, la bendición de la kumari real ya no fue para el monarca, sino para el Primer Ministro. Éste, como solución de compromiso, ante la presión republicana, propone que la corona de Nepal pase al nieto de Gyanendra, aunque sólo para funciones rituales. Así, con un rey niño y tres niñas diosas, el futuro de Nepal está garantizado.
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